sábado, 10 de enero de 2015

Discrimación y prosmicuidad textual (reflexiones genéricas - de otro tipo - para seguir con el año)

   

   Es curioso comprobar cómo la ya consolidada denominación LIJ ha anulado las categorías genéricas tradicionales. Buena muestra de ello es la lista de los mejores libros infantiles y juveniles publicada hace pocas semanas en Babelia, en la que se hacía solo distinción por edades  y no por géneros, lo cual demuestra una vez más que en la LIJ el criterio de edad ha sustituido al  de género, cuando no se mezclan ambos de manera un tanto caprichosa y nada coherente: por ejemplo, se habla de álbum como categoría equivalente de primeros lectores, cuando un álbum no tiene por qué ser necesariamente para primeros lectores; y se incluye en esa categoría libros que no lo son propiamente, como, por ejemplo, los poemas de Lorca publicados por Kalandraka, aunque estén ilustrados, olvidando que un libro ilustrado no es lo mismo que un libro-álbum. De antiguos polvos vienen nuevos lodos, y es esta una de las facetas en las que se sigue notando la tremenda influencia de la pedagogía en la literatura infantil y juvenil, pues parece imperar el criterio de idoneidad más que el de calidad, cuando no directamente se eligen libros en función de su potencial utilidad didáctica. Este cajón de satre genérico (en el sentido literario, por supuesto, y no sexual o social: es decir, de genre y no de gender, que en inglés sí existe diferencia entre dos términos que en español son homónimos) perjudica claramente a la poesía por encima de otros géneros, dado que en el mundo en que vivimos el género más leído sin lugar a dudas es la narrativa, un hecho que se agudiza en la literatura infantil en la medida en que la narrativa ha contaminado de forma irreversible los otros géneros, de manera que, como ya hemos dicho alguna vez, la poesía y el teatro son muy narrativos, y también el género argumentativo o informativo (como los llama Ana Garralón), hasta el punto de que se considera adecuado explicar ciertos conceptos, ideas o situaciones a través de una historia, creando así libros que no son propiamente relatos sino más bien desarrollos narrativos programáticos de ideas que de otra manera (y para adultos) se habrían explicado a través de un ensayo.
    Esta promiscuidad genérica en las listas de lo mejor del año perjudica una vez más a la poesía, al teatro y, como denuncia Ana Garralón en su perfil de facebook, a los libros informativos, que desaparecen engullidos por el imperio de la novela infantil y juvenil. En cuanto a la poesía, de los libros elegidos por los críticos en Babelia, solo dos son de poesía, lo cual no está nada mal (muchas veces no hay ninguno), pero se trata de dos libros peculiares por razones diversas. Ambos se deben a dos poetas clásicos del siglo XX cuya fama debe tanto a su obra como al mito trágico tejido en torno a su vida, aunque este no debe ensombrecer la calidad de sus versos: Ferderico García Lorca y Sylvia Plath.  
   El de Lorca es es un bellísimo libro o álbum-poemario publicado por Kalandraka e ilustrado magníficamente por Gabriel Pacheco que ya nombramos clásico de la semana hace unos meses en este blog, pero cuya acertada selección y cuidadísima factura no esconde el hecho de que haya sido elegido más por las ilustraciones (que sí son novedad) que por el texto (que no lo es), y que, por lo tanto, su inclusión como obra poética sea cuando menos discutible. Es decir, no se juzga la calidad de un texto literario nuevo en el mercado, sino más bien su reedición con un formato distinto. Y, en todo caso, ¿quién puede competir con Lorca? 
   El caso de Plah es similar en la medida en que su delicioso y ligero poemario (sí, Plath también podía ser ligera y escribir con humor) El libro de las camas ya había sido publicado anteriormente en España en ediciones ahora descatalogadas pero aún encontrables en muchas bibliotecas públicas. Un libro en el que un clásico literario se une a un clásico de la ilustración, pues los poemas están ilustrados nada más y nada menos que por Quentin Blake, que da con su estilo particular un tono desenfadado y humorístico a los versos que se aviene muy bien con estos. 
   Se trata por tanto de dos joyas literarias, pero el hecho de que sen las únicas obras de poesía infantil incluidas en la lista de Babelia nos hace pensar si es que los encargados de hacer la selección no consideraron dignas de selección obras escritas por autores de hoy, si la calidad de Lorca y Plath y sus ilustradores es tan indiscutible que batían sin discusión a cualquier rival o si simplemente no conocían demasiadas obras de poesía infantil actual, cosa que nos parece dudosa. 
   La conclusión de todo esto es clara: si en este tipo de listas la poesía infantil compite en inferioridad de condiciones (entre otras cosas, porque la producción es menor) con la omnipotente y omnipresente narrativa, y las dos obras de poesía seleccionadas no son de nueva creación textual, tal vez no solo habría que hacer distinciones genéricas para elegir los mejores libros del año, sino también incluir un apartado especial para las reediciones con nuevas ilustraciones, o, como en los premios Tony de teatro, distinguir entre las reposiciones o las obras de nuevo cuño. Quizás así la nueva poesía publicada en español o en las lenguas peninsulares - que la hay, y es buena - competiría en igualdad de condiciones con los demás, y saldría un poco de su (para el gran público) remota y escondida madriguera.

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