miércoles, 5 de marzo de 2014

La Generación del 50 para niños y jóvenes

 La Generación del 50 para niños y jóvenes, edición preparada por Juan Carlos Sierra, Madrid, Ediciones de la Torre, 2013 (ilustraciones de Juan Pedro Esteban Nicolás). 



Desde hace bastante tiempo, la colección Alba y Mayo de Ediciones de la Torre se ha esforzado por difundir la obra de los grandes poetas en lengua española con una serie de antologías en cuyo título cambia el nombre pero no los apellidos, que siempre son los mismos: para niños o para niños y jóvenes. Dichos volúmenes son reconocibles por ciertos rasgos paratexuales y editoriales y se han convertido en libros doblemente clásicos: por procurar el acceso de los lectores jóvenes a los clásicos poetas españoles, por un lado; y por ser ya en sí mismos clásicos dentro de la literatura infantil en lengua española, por otro.
Ahora, quizás agotados ya todos los grandes nombres de lírica española del siglo pasado, le llega el turno a la Generación del 50 con esta selección de Juan Carlos Sierra, a quien ya le debemos otro loable intento de acercar la poesía actual a los jóvenes, Los lunes, poesía (Hiperión), fruto de su experiencia como profesor de secundaria y de su contacto diario con el lector adolescente. Ante una antología como esta cabe seguramente hacerse la misma pregunta que, según confiesa el editor en el “Aviso a navegantes (o aclaraciones para lectores curiosos)” que encabeza el libro, le hizo a él un amigo y escritor: “Pues los del 50 no son muy de niños y jóvenes”.
Ese amigo de Juan Carlos Sierra estaba revelando de manera inconsciente la existencia indudable de todo un imaginario literario acerca de lo que es y lo que no es la poesía infantil, sobre todo para aquellas personas que no están demasiado familiarizas con las novedades del género (los que sí lo están – o lo estamos – saben – o sabemos – que los rasgos están siendo poco a poco superados, como indica el artículo de Felipe Munita que comentaba esta misma semana en la entrada anterior). Y esa poesía es, por supuesto, una poesía sobre animales o la naturaleza, con rima, influida por la lírica popular y, por tanto, pródiga en figuras de repetición y más bien escasa en imágenes y metáforas. Tal vez ello se debe a que en el imaginario de muchas generaciones están bien grabados por su reproducción en los manuales escolares poemas tan conocidos como El lagarto está llorando, de García Lorca, que cumple más o menos con estos rasgos arquetípicos de lo que es la poesía infantil.
Desde este punto de vista, “los del 50”, desde luego, no son “muy de niños y jóvenes”, dado que no usan rima, y sí el verso libre, no se valen de recursos de la lírica popular, y los temas no son lo que se dice convencionalmente infantiles.
Sin embargo, si se tiene en cuenta que la poesía infantil ha evolucionado algo – quizás no demasiado: hay rasgos que aún son difíciles de erradicar – o, yendo más allá, si se tiene en cuenta que lo importante de este tipo de selecciones no es reiterar lo ya dicho o reforzar el canon sin más, sino ampliarlo, esta antología no solo es “muy de niños”. Debería serlo. Porque si les escamoteáramos a los niños y a los jóvenes la poesía de los 50 porque no es muy infantil o juvenil estaríamos impidiéndoles el acceso a un corpus literario español valioso y en el que se plasman muchas innovaciones propias de la poesía del pasado siglo. Y, por tanto, habría un vacío absoluto. Al fin y al cabo, que no cumpla con los rasgos típicos de la poesía infantil no significa que no pueda llegar a niños y a jóvenes. Y por eso el editor dirige su nota inicial a los lectores curiosos, es decir, aquellos que no se quedan en la superficie y van más allá de las cosas.
En este sentido, hay que valorar en esta antología dos aspectos importantes. En primer lugar, y como se anuncia en la contracubierta, incluir la poesía del 50 más canónica (González, Gil de Biedma, Costafreda, Brines, Caballero Bonald) junto a algunas de las voces más personales de la época (Aguirre, Fuertes, Quiñones). Y, en segundo lugar, haber hecho elecciones cuando menos arriesgadas en la selección de poemas. Así, es de agradecer que elija los poemas de la Gloria Fuertes “adulta”, sin caer en la tentación de añadir los más infantiles y populares, o que de Gil de Biedma, por ejemplo, se decante por los más conocidos y por eso mismo más arriesgadamente anti-infantiles e incómodos (en principio) que se pueden imaginar.
Pero, por debajo de toda la antología, quizás aquí se dibuja más que en otras antologías “para niños y jóvenes” la necesidad de una figura importante en la experiencia poética y literaria de niños y jóvenes: ese mediador que sepa introducirles en una poesía distinta a la que han leído antes y que sepa hacerles ver que también se puede disfrutar de una poesía así, sin rima, con temas más adultos, y sin recursos repetitivos. Un mediador, en definitiva, que no desconfíe de la flexibilidad estética y la apertura de mente de los lectores jóvenes y que les haga dar el salto necesario a otro tipo de lírica. Tal vez el autor, que no en vano es profesor de secundaria, sabe mejor que los no docentes lo importante que es la figura de este mediador poético, del profesor que sepa contagiar a los niños el gusto por la poesía porque él mismo es lector de poesía. De esta manera, no hay poemas más “de niños o jóvenes”, sino personas preocupadas por hacer llegar la poesía a todos los edades. Y Juan Carlos Sierra, con esta antología, demuestra que es, indudablemente, una de ellas. 





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